30 junio, 2014

La melancolía del sicario


La melancolía es un arma de fácil uso y su efecto mortífero sólo depende de una carga de frustraciones y un ansia irrefrenable de felicidad. Adornarla tampoco es tarea difícil y es en ese envoltorio donde se nos clasifica entre mercenarios y francotiradores a sueldo.
La melancolía porta una angustia acumulada capaz de saltarse las reglas y dejarnos desarmados en medio del combate transformando lo que somos en pequeños momentos de debilidad como también nos puede convertir en sicarios sin escrúpulos capaces de inmolarnos junto al enemigo sin medir las causas del desastre y arrastrando con nosotros todo aquello que nos produce felicidad. Adaptarse nos permite transcender e incluso convivir con la angustia de esos recuerdos que nos remontan a momentos felices, pero ¿cuánta melancolía es necesaria para dejar de ser esclavos de ella?
Si cualquier tiempo pasado fue mejor la ansiedad de lograr un futuro estable nos condena a no bajar la guardia y a mirar con recelo cualquier tratado de paz. El exceso de pasado y el exceso de futuro nos obliga a protegernos contra todo aquel que se interpone entre nosotros y nuestra lucha interior. Defenderse o agitar la bandera de la paz requieren el mismo esfuerzo y es ahí donde la capacidad de adaptación nos une a todos por igual; teniendo siempre en cuenta que no todos estamos preparados para ello.
adaptación.
1. f. Acción y efecto de adaptar o adaptarse.

Podemos adaptar nuestra vida a la llegada de un nuevo miembro a la convivencia. Nos adaptamos a un horario, a una dieta, a un trabajo, a unos ingresos, a una familia, a unos amigos, al tráfico, a los vecinos, a los hijos de otro… La acción y efecto de adaptarse consiste en superar los obstáculos que se interponen entre la trinchera y nuestra meta. Nos protegemos. Sabemos que depende de nosotros continuar vivos, seguir luchando. De lo único que somos conscientes es de que las cicatrices de una lucha como esta nos hace oscuros al pensar que las guerras se ganan tras muchas batallas perdidas. Morir y renacer todas las veces que haga falta hasta descubrirnos reyes o emperadores o simples esclavos de nuestros deseos.
Pero ¿por qué adaptarnos? ¿para qué?
Para muchos adaptarse conlleva un acto de sumisión que avergüenza y hasta denigra: dejar de “ser” para conservar o dejar de “hacer” para no perder”. Es cierto que sin la lucha de aquellos que durante nuestra historia decidieron no adaptarse y luchar en contra de lo establecido ahora mismo estaríamos privados de muchas libertades pero ¿que hay de todos aquellos que supieron adaptarse? ¿Qué pasa con todos los que decidieron luchar consigo mismos?
Comienzo un reconocimiento emérito al valor de aquellos que han sabido adaptarse, amoldarse, aclimatarse, acomodarse, adecuarse, ajustarse, habituarse, acostumbrarse o transformarse porque para ser cobarde también hace falta valor. Y en un acto de constricción innecesario (es cierto) pero imperioso (innegablemente) me acerco libremente al cadalso con la intención de pronunciarme cobarde.
Cobarde por huir de la melancolía y del futuro incierto. Y cobarde por dejarme llevar sin luchar contra el mundo.
Y adaptado seguiré en mi trinchera, con mis armas a punto, mis cicatrices y mi luchas.
Adaptado, sí. Conforme no.

06 marzo, 2014

D+H= A (+a)


Supongamos que un día las cosas no son lo que eran. Y me refiero a lo que conocemos como nuestra vida y la de los demás. De pronto nadie es quien era y nadie, incluido tu, es quien pensaba que era. No trabajas en el mismo sitio, no tienes los mismos amigos, parejas o familiares. Dejas de llamarte por el nombre al que te habías acostumbrado, tu casa ya no es tu casa y las calles y los destinos son completamente distintos y nos vemos obligados a improvisar.
Ante este supuesto en mi cabeza caben dos posibilidades (entre miles). Una es la de “me he vuelto loco ¿qué está pasando? no entiendo nada por favor que alguien me lo explique”. Y la segunda es que nadie es consciente del cambio y todos seguimos haciendo como si nada hubiera pasado. Esta última, además, se acerca peligrosamente a la realidad y hace cuestionarme la rapidez con la que se desarrollan ciertos acontecimientos, porque , queramos o no, nuestra vida cambia a diario y estamos obligados a improvisar; unos mejor que otros, eso si.
Y de pronto llega ese día en el que descubres que no eres quien crees ser. Que  ‘improvisando’ la vida te ha llevado por lugares aún desconocidos o que tú no has sabido coger el camino correcto porque debías hacer otra cosa. Y entonces te das cuenta de que llevas dos vidas o más.
La última canción del musical Chicago comienza diciendo: ‘Te puede gustar la vida que llevas. Puedes vivir la vida que te gusta’. No me refiero a llevar dos vidas si no a tener vidas paralelas: la vida que tienes y la que te gustaría tener. Nunca es tarde – dicen todos aquellos que en algún momento deciden hacer el cambio y descubren que son inmensamente más felices que antes ¿Cuestión de tiempo? ¿Determinación? ¿Habilidad? Y si descubrimos el por qué ¿cuánto tiempo tardamos en pasar de la determinación de cambiar a la habilidad de llevarlo a cabo?
Gracias a mi trabajo conozco a personas cada día. Cada día nuevas vidas, nuevas historias. Algunas de esas personas se hacen habituales y profundizando descubro tres grupos de personas. Uno es el de personas que hacen lo que quieren, otro el de personas que se han sabido adaptar y  un tercero lleno de infelices (con todo el cariño).
Las profesiones de los clientes que forman el grupo uno son dispares: creadores de aplicaciones web o de teléfono, periodistas, cocineras, actores, bailarines, físicos, profesores de arquitectura, arquitectos, abogados, un juez, guionistas, diseñadores de ropa, escritores, músicos, fontaneros,  presidentes de ong, cirujanos, carpinteros, maquilladores, peluqueros… La mayoría de ellos autónomos o free lance y todos ellos, aparentemente, muy felices. Suelen ser personas calificadas por el resto como raros, bordes o poco sociables; curioso ya que con todos ellos tengo una relación bastante alejada de estos adjetivos y suelen ser personas muy tranquilas, independientemente de su personalidad. Todos vienen solos, salvo algún día. Algunos trabajan en sus ordenadores, otras escriben, o leen algún libro o la prensa. A todos ellos les encanta que los salude por su nombre, que me intereses por sus vidas y, aunque desean quedarse en su mundo unas horas, deseosos de entablar conversación siempre que les sea enriquecedora.
El segundo grupo está repleto de personas con maravillosas conversaciones, con historias que compartir y agradecidos de que les recibas. Sus profesiones igual de variadas que en el primer grupo pero con algún resquemor sobre su vida. Les gusta hablar de qué quieren hacer o de lo que harían para salir de la rutina.
El tercer grupo son personas del primer y segundo grupo que por circunstancias tienen que vivir su vida de forma incómoda ya que tuvieron que dejar lo que hacían, no son capaces de cambiar o no se han dado cuenta de lo equivocados que están.
¿Tan sólo tres? – me pregunto a menudo, intentando dilucidar cuántas exactamente son las oportunidades que tenemos para dejar de correr a dos bandas y vivir la vida que nos gusta. ¿Cuál es la diferencia que hace a unos más intrépidos que otros?
Determinación y habilidad. (D y H)
El viernes 28 de febrero, en la contraportada de La Vanguardia, Lluis Soldevilla dice: (textualmente) “Hay una frase que no soporto: Ya veremos qué pasa… ¿cómo dices? ¡Haz tu que pase! Si no actúas ¿por qué tiene que pasarte algo bueno? Haz cosas, ¡pasan cosas!”.
Actitud y acción. (A+a)
Retomo el pensamiento de que somos el reflejo de lo que los demás creen que somos. Que nos dejamos influenciar por las comparaciones y caminamos a trompicones entre nuestra realidad y ese reflejo. Y sigo tratando de averiguar si todos, o sólo unos cuantos, conseguimos averiguar quienes somos para saber qué queremos.
Entre tanto, y cómo ejercicio lúdico-recreativo, propongo un análisis personal completo, dividiendo en tres grupos las expectativas de vida, los deseos sobre ella y las ganas que tenemos de llevarlos a cabo. Podemos, incluso, crear una fórmula que nos ayude:
D+H= A (+a)
 Y, si después de este análisis sabemos en cual de los tres grupos debemos ubicarnos, dar por concluida la búsqueda y decidir, de una vez por todas, vivir sin tener que pensar en ello.

22 febrero, 2014

Por comparar

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Desde que nacemos parecernos a otra persona se convierte en una lucha constante por saber quienes somos y que muchos no consiguen superar. Tienes los ojos de tu padre, las orejas de tu abuela, la sonrisa de tu tía, el pelo de tu madre y un sinfín de parentescos que te definirán en los primeros años de vida . Y es más complicado no saber quién eres que pensar que eres igual a otra persona; y aquí empieza el descontrol, ya no por el hecho de gustarte o no (que esa es otra conversación) si no por la constante comparación a la que nos sometemos.
Tu hermano, tus primos, tu vecinos, los compañeros mas empollones que tú, el que canta, el manitas, el que no va a clase… Miles de personalidades  limitan tu proceso evolutivo natural por esa manía que tienen, y tenemos, de compararnos con el resto para saber quienes somos. Lo primero que se me ocurre es preguntarme ¿qué me importa el resto? Fácil la pregunta ¿verdad? Pero ¿por qué nos cuesta tanto librarnos de ‘la comparación’?
Yo comparo, tú ‘me’ comparas.
Me comparo con las personas que conozco para saber si actúo bien o no. Busco referencias en las experiencias de otros para saber si me atrevo a hacer algo o no. Imito a otros para disfrutar de la vida y no perderme algunas cosas y evitar otras. Esto es un trabajo a jornada completa sin derecho a descanso para toda la vida que nos distrae del verdadero trabajo de ser uno mismo.
Todo comenzó hace unos días con un comentario sobre el culo gordo de una chica, con una amiga. No me indignó el comentario, pero si volví a reflexionar sobre el por qué,  ¿por qué esa chica tiene que ser un sílfide para ser hermosa? Porque era realmente guapa. ¿Por qué debes que tener pectorales hercúleos y 6 abdominales en la barriga para ser sexy? ¿Dónde cometimos el fallo? Culpemos a los griegos y su amor por la belleza, claro que ellos eran conscientes de que la belleza es privilegio de unos pocos y la adoraban más que para comparar para animar. Voy al momento en el que te miras al espejo y no te gustas. Ahí está el peligro. Si hace media hora, antes de ducharte, estabas encantado ¿qué te hace cambiar de opinión?
La inseguridad de no tener nada en el armario hace que nuestro mundo se tambalee cada vez que tener los ojos de tu padre, las orejas de tu abuela, la sonrisa de tu tía y el pelo de tu madre se convierte en un estigma. ¿Quiénes somos realmente? ¿El reflejo del espejo o el espejismo de todas las comparaciones a las que nos sometemos?
De poco sirven los halagos del resto si tu no estás convencido de que te gusta lo que ves. Y a expensas de ser superficial (que poco me importa) tardamos más en escoger qué ponernos para una fiesta que en decidir si vamos. Ponemos nuestra alma en blanco para que sean otros los de decidan cómo debe afectarnos ser como somos. Nadie sabe qué o cómo somos pero así funciona y somos el reflejo de lo que los demás quieren que veamos de nosotros mismos.
Ahora vamos a pensar en esas mañanas en las que sales de casa sin pensar a donde vas. Una de esas mañanas en las que sin saber por qué estás animado, te sientes bien (también conocido por muchos como: estado de felicidad). Puede ser invierno o verano, puede hacer sol o estar aún oscuro. Andas por la acera, o te subes en el coche y piensas ‘qué bonito día hace’ Los zapatos no te molestan, la mochila es ligera, haces tu camino sin pensar, ves pasar la gente, el tráfico, las edificios de cada día parecen distintos, sientes que muchas personas a tu alrededor parecen poco felices y te sientes bien, sin culpa, porque piensas que pueden tener un mal día y eso nos puede pasar a todos. Uno de esos días en los que se puede parar el mundo y tú estás preparado para lo que venga.
Ahora piensa cuántos días así tienes a la semana y luego al mes y después multiplica por doce y si superas los trescientos días al año quizás sería el momento ideal para dejar de hacer comparaciones.



15 febrero, 2014

Periodista


“No estoy seguro que querer escribir sobre mi. Llego a esta conclusión después de escribir durante meses sobre las cosas que me pasan a diario. Me doy cuenta que al hablar de mi vida hablo de mi sin ser consciente de ello, ya que no hablo directamente de mi si no a través de las conversaciones que tengo con las personas que me relaciono. Soy americano y periodista y trabajo en Barcelona para el New Yorker y otras publicaciones americanas. Llegué para hacer un reportaje sobre las olimpiadas del 92 y me quedé. He  publicado tres libros sobre la post-modernidad de la civilización actual pero la gente no sabe quien soy, no me reconocen por la calle, aunque eso en Barcelona importe poco.
La gente de Barcelona no quiere saber quién eres. Y no porque no les importe lo que te pasa, si en algún momento necesitas su ayuda te echarán una mano. Es por el hecho de que aquí seas quién seas tienes tu lugar. La primera vez que vi a dos hombres besarse en plena calle sin que nadie se percatara de ello fue aquí. La libertad individual que se vive en Barcelona sólo se ve alterada por los turistas cuando señalan con el dedo índice de sus manos. Aquí señalar está prohibido. Ya desde los años 20 cuando el jazz recorría el Paralelo de bar en bar estaba prohibido señalar con el dedo. Las gentes de esta ciudad sabían qué se encontrarían en ciertos barrios, y si no querían verlo no iban, pero no se les ocurría ir a criticar la actitud de aquellas gentes ‘de vida alegre’.
Después de pasar 25 años en Nueva York mis prejuicios son pocos pero ser americano ( y del sur) implica un racismo moral hacia todo lo que desconozco que he perdido en esta ciudad. Por eso aún a día de hoy, reconozco los gesto, las miradas, las reacciones en aquellos que no saben lo que es vivir en una ciudad donde a nadie le importa lo que hagas siempre que no molestes.  Y ese es el problema: molestar.
No sé como pero en los últimos 30 años Barcelona a sufrido el mayor incremento de turistas de toda España. Se ha convertido en la cuarta ciudad más visitada del mundo y se nota. Se nota  porque no te mueves igual por las calles. Los Barceloneses más que callejear esquivamos turistas. Gracias a las guías turísticas de la ciudad aún podemos disfrutar de esta ciudad como si no la visitaran turistas. Pero nadie te contará el secreto. Ninguno compartirá contigo los lugares o los rincones tranquilos de la ciudad, eso es un derecho que te tienes que ganar.  Porque Barcelona hay que ganársela. No bastan unos meses, ni siquiera unos años. Aquí se vive por décadas.”
J.

12 febrero, 2014

Redención vs Fición


Me gusta pensar que nos equivocamos con un propósito de mejorar y hasta evitar repetir fallos, conductas o errores de sistema ¿para qué si no? Pues últimamente tengo la suerte de disfrutar de conversaciones en las que la redención publica resulta ser la solución a una vida insufrible y llena de fallos que sólo sirven para recordar lo injusto de una inocua existencia.
Hablemos de redención.

Su definición según la rae es:

(Del lat. redemptĭo, -ōnis).
1. f. Acción y efecto de redimir.
2. f. por antonomasia redención que Jesucristo hizo del género humano por medio de su pasión y muerte.

Con la iglesia hemos topado, y es que la necesidad de algunos por sentirse mártires de su propia situación nos acerca a una visión de la vida desvirtuada sin necesidad.
Aunque pueda parecer insensible, la teoría de la crisis, la recesión y el mal momento que estamos pasando ha dejado de convencerme. Precisamente porque nos afecta a todos y porque, más allá de lo que podamos creer, la situación de los nuevos mártires dista mucho de los que realmente tienen problemas para llegar a final de mes (e incluso al día 5). Las quejas toman nuevas dimensiones y la mayoría incluso se atreve a vaticinar su futuro más cercano de la forma más oscura, quizás en ese esfuerzo natural de animarnos ante la posibilidad de que las cosas se pongan realmente feas y pensemos que todo se solucionará, aunque desgraciadamente en la mayoría de los casos se utilice para dar pena; y ahora si entramos en terreno delicado.
Cuando la conciencia social adopta la forma microscópica del individuo, este tiende a exagerar (con lo que nos gusta un drama). El nuevo mártir se justifica en su mala suerte y en este punto se basa toda su desdichada existencia. Entonces se ve obligado a relatar sus últimos años en los que su situación era mejor que la actual (evidentemente), su situación actual muy distinta de la que quisiera (lógicamente) y así preparar el terreno para su gran disertación sobre el desafortunado futuro inmediato que le espera.
Me cansa. Me cansa que ese futuro incierto planeado por ellos mismos se utilice con el único propósito de su autocompasión o de autopromoción. Pero ¿con qué finalidad? ¿afecto? ¿empatía? ‘Siempre me pasa lo mismo’, ‘todo me pasa a mi’, ‘seguro que todavía me pasa algo peor’ y una serie de dramatismos ordenados para dejar constancia de que a pesar de todo lo que están sufriendo hacen el esfuerzo de ser felices. ¿Por qué te quejas tanto? – preguntó sin la intención de crear polémica, y el mártir buen sabedor de sus armas de seducción utiliza tu pregunta para relatar (de nuevo) su vía crucis y volver a recrearse en su idea de que la felicidad no llama a su puerta.
Me considero un tipo con suerte, con mucha suerte. Y haciendo apología de ello me he ganado más de un enemigo reconocido. Mi madre se congratula de tener alguien positivo en la familia y siempre lo dice en un tono tan poco feliz que más que alegrarme pienso que debería sentirme culpable. Pero mira, siempre veo el vaso medio lleno. Y esta virtud para la mayoría se convierte en azote de aquellos que se redimen públicamente esperando, quizás, sentarse a la derecha del Padre cuando alcancen el cielo, o un mejor trabajo o una mejor vida o alguien nuevo a quién cansar.
Lo más triste es que no se dan cuanta (o no quieren darse cuenta o no se atreven) y cada vez se les toma menos en serio, se cuenta menos con ellos o se les considera poco apropiados para según qué cosas. A mi también me producen pena, claro que esto sólo lo digo aquí y en voz baja.

06 febrero, 2014

Conversación 1

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Interior de local. Desayuno. Invierno. Menú: gachas con plátano y azúcar mascovar, latke de patatas con salmón, café con leche, café solo y un zumo de naranja.
-       Así que, has quedado con él.
-       Es tan guapo, que no supe decirle que no, no se le dice que no al chico más guapo de la fiesta.
-       ¡Pero si es un cretino!
-       Lo sé
-       A todo el mundo le hace lo mismo.
-       Lo sé.
-       A mi me lo hizo.
-       Varias veces, también lo sé. Me lo dijo él.
-       ¿Qué te lo dijo él? Bueno, bueno… no me lo puedo creer.
-      Tú mismo dices que lo hace con todo el mundo ¿por qué piensas que no lo iba a hacer contigo?
Silencio. Ambos se miran.
Silencio. Ambos miran su plato.
-       No quería ser grosero, tampoco nos conocemos tanto y lo que me contó fue insignificante…
-       Me da igual lo que te haya dicho, lo que me molesta es que vaya por ahí hablando de mi.
-       Yo no soy todo el mundo.
-       Si te lo ha contado a ti ¿por qué piensas que no lo hace con todo el mundo? Además ¿crees que no hablará de ti?
-       Nosotros no hicimos nada. Sólo quedamos para tomar un café y luego me fui al teatro con Cecilia; te lo acabo de contar. ¿Por qué habría de hacer lo mismo conmigo?
-       Pues porque hace lo mismo con todo el mundo, parece mentira. ¿o tú crees que nosotros nos liamos y tuvimos un romance o algo parecido?
-       Bueno, lo que yo sé es que estuviste hablándome de él tres meses; perdón rectifico, siete, que ya han pasado siete meses desde que lo dejasteis.
-       ¡Lo dejé! Que fui yo quién lo dejó a él.
-       A eso me refería…
Silencio. Ambos miran por la ventana. Hace frío fuera. Dentro se está muy bien. El desayuno es delicioso. La música tranquila, las personas que ocupan las otras mesas leen o escriben y el ambiente es tranquilo.
-       Podemos cambiar de tema si este te molesta.
-       No me molesta el tema, me molesta él y lo que te ha contado de mi.
-       Pero si no me ha contado nada. Hemos hablado de trabajo, y de teatro.
-       ¿De teatro? Ja, ja, ja, ja, ja Pero si ese no sabe ni lo que es un teatro. Ese lo que quiere es tirarse todo lo que se le ponga por delante. Teatro… Ya verás que la próxima vez que lo veas te dirá de ir al teatro para impresionarte y una vez dentro querrá meterte mano y acabaréis en el lavabo o en un palco vacío…
Silencio. Ambos se miran. Ambos miran el plato del otro.
-       ¿Quieres más?
-       ¿Cómo voy a querer más, si van a hacer ocho meses y aún no puedo sacármelo de la cabeza? Lo que quiero es que dejéis de quedar con él y de hablarme de él ¡qué parece que me lo hacéis adrede, para que me de algo!
Silencio, después de los gritos. Los comensales de las otras mesas se han quedado inmóviles. Nadie dice nada.
Ambos se miran. La música vuelve a poner calma.
-       - Yo no he quedado con él.
Silencio. Uno mira su plato. El otro no sabe donde mirar.
-       Que si que es muy guapo pero que yo no he quedado con él en plan rollo me gusta me lo quiero tirar…
Silencio. Uno sigue mirando su plato. El otro empieza a hacer ruido con el tenedor.
- Bueno, piensa lo que quieras… De todas formas creo que todavía sigue colado por ti y que quedar conmigo ha sido una excusa para hablarme de ti.

27 enero, 2014

¿Derecho a tener derecho?

A menudo tenemos la necesidad de postular por nuestros derechos. Derechos adoptados arbitrariamente durante nuestro crecimiento y madurez comenzando en el seno familiar, colegios, mundo laboral, amistad, relaciones, etc… Somos consientes de que tenemos unos derechos naturales y sociales y culturales y todos los ‘les’ que queramos añadir en el transcurso de nuestra semana o de nuestra vida. Unos derechos que son para todos diferentes, ya que los derechos comunes con el resto de personas que nos rodean son, en gran medida, incómodos, a veces injustos y mayormente indeseables o simplemente poco asumibles.
Mi amigo Joan siempre dice: ‘Esto es fácil. ¿Pagamos los mismos impuestos? Pues tenemos los mismos derechos’ en tertulias sobre las injusticias del uso y disfrute de ciertos espacios o comportamientos urbanos.
A mi me parece lógico que todos, siempre en la medida de lo posible, hagamos uso de las aceras, las plazas, las avenidas, parques, paseos, diques y todo eso que, hasta que no nos lo impida el gobierno, podemos usar gratis en la ciudad. El dilema comienza en el momento en el que alguien decide que tiene más derecho que otro o que es mejor que lo usen unos a otros (con o sin lenguaje ofensivo).
¿Mis derechos como ciudadano son los mismos que los tuyos? Esto depende de una serie de circunstancias discriminatorias como la raza y el estatus económico. No importa que seas negro de Guinea Ecuatorial y además homosexual con hijos. Si tienes dinero, como si te da por bailar sardanas vestido de flamenca en la puerta de la sagrada familia.
Seguido muy de cerca tenemos la repartición selectiva de los derechos dividido entre todas las rarezas de la mente colectiva. Esto quiere decir que cada uno tiene las suyas y que estas, además, cambian con una facilidad asombrosa dependiendo de si en tu evolución hacia la vejez se abre tu mente y vas hacia delante o si se cierra y regresas de nuevo a las cavernas.
Las pinturas rupestres ya mostraban diferencias entre unos humanos y otros. En las grandes civilizaciones antiguas (Egipto, Grecia, Roma, México, Perú) don dinero ya era más adorado que las constelaciones y las clases sociales marcaban tu destino antes de nacer. Y esto, aunque nos suene a libros de historia, es todavía la diferencia entre una buena vida o la miseria.
Pero volvamos a nuestro barrio, a nuestra vida diaria, a las aceras, el metro, el carril bici, a la Barceloneta en verano y en invierno, al Parc Güell, a los turistas, a las obras… Pagamos los mismos impuestos pero a ¿quién le importa? En el momento en el que a ti te moleste algo de mi se crea la disyuntiva de ‘tengo más derecho que tu’. Debemos vivir todos juntos pero ¿a qué precio? Y lo que es peor ¿quién pagará el peor precio por ello?
Es evidente que jamás nos pondremos de acuerdo (el ave por el litoral, no a las corridas de toros, turista sí- turista no) y aún siendo lo que nos separa es, paradójicamente, lo que también nos une. Somos una mezcla de indiferencias heredadas de sociedades pasadas y diferencias diarias que tan solo se transforman, como la energía. Estamos de acuerdo en cosas generales grades (sin menospreciar) como la crisis económica, el paro, políticos corruptos, contratos futbolísticos millonarios… En las cosas más cercanas seguimos en guerra: Yo tengo derechos que tú no tienes.
Me entra la risa con personas que se empeñan en hacerme sentir ciudadano Clase B, me río a carcajadas cuando un incívico me acusa de lo mismo y me descojono cuando pretenden que de un paso atrás o pida disculpas porque creen que lo merecen, aunque el ofendido sea yo. 
Y, aunque practico la ignorancia como arma ante la adversidad, a veces duele.
Entiendo que sea fácil sentirse mejor que otro a saberse mejor que uno mismo, pero eso no significa que lo comparta.
La tolerancia comienza en casa, en la de cada uno. En saber quién eres y no quién crees ser. En que no te importarte qué hace el otro sino en lo importante para ti. Muchos piensan que esta diferencia nos aleja y a mi me gusta pensar que nos hace grandes. Y aunque me importa poco lo que pueden pensar sobre lo que escribo hacerlo me hace ser mejor. Pero no mejor que tú, sino mejor que hace 10 minutos cuando empecé a escribir esto.