La melancolía
es un arma de fácil uso y su efecto mortífero sólo depende de una carga de
frustraciones y un ansia irrefrenable de felicidad. Adornarla tampoco es tarea
difícil y es en ese envoltorio donde se nos clasifica entre mercenarios y
francotiradores a sueldo.
La melancolía porta una angustia
acumulada capaz de saltarse las reglas y dejarnos desarmados en medio del
combate transformando lo que somos en pequeños momentos de debilidad como
también nos puede convertir en sicarios sin escrúpulos capaces de inmolarnos
junto al enemigo sin medir las causas del desastre y arrastrando con nosotros todo
aquello que nos produce felicidad. Adaptarse nos permite transcender e incluso
convivir con la angustia de esos recuerdos que nos remontan a momentos felices,
pero ¿cuánta melancolía es necesaria para dejar de ser esclavos de ella?
Si cualquier tiempo pasado fue
mejor la ansiedad de lograr un futuro estable nos condena a no bajar la guardia
y a mirar con recelo cualquier tratado de paz. El exceso de pasado y el exceso
de futuro nos obliga a protegernos contra todo aquel que se interpone entre
nosotros y nuestra lucha interior. Defenderse o agitar la bandera de la paz
requieren el mismo esfuerzo y es ahí donde la capacidad de adaptación nos une a
todos por igual; teniendo siempre en cuenta que no todos estamos preparados
para ello.
adaptación.
Podemos adaptar nuestra vida a la
llegada de un nuevo miembro a la convivencia. Nos adaptamos a un horario, a una
dieta, a un trabajo, a unos ingresos, a una familia, a unos amigos, al tráfico,
a los vecinos, a los hijos de otro… La acción y efecto de adaptarse consiste en
superar los obstáculos que se interponen entre la trinchera y nuestra meta. Nos
protegemos. Sabemos que depende de nosotros continuar vivos, seguir luchando.
De lo único que somos conscientes es de que las cicatrices de una lucha como
esta nos hace oscuros al pensar que las guerras se ganan tras muchas batallas
perdidas. Morir y renacer todas las veces que haga falta hasta descubrirnos reyes
o emperadores o simples esclavos de nuestros deseos.
Pero ¿por qué adaptarnos? ¿para
qué?
Para muchos adaptarse conlleva un
acto de sumisión que avergüenza y hasta denigra: dejar de “ser” para conservar
o dejar de “hacer” para no perder”. Es cierto que sin la lucha de aquellos que
durante nuestra historia decidieron no adaptarse y luchar en contra de lo
establecido ahora mismo estaríamos privados de muchas libertades pero ¿que hay
de todos aquellos que supieron adaptarse? ¿Qué pasa con todos los que
decidieron luchar consigo mismos?
Comienzo un reconocimiento
emérito al valor de aquellos que han sabido adaptarse, amoldarse, aclimatarse,
acomodarse, adecuarse, ajustarse, habituarse, acostumbrarse o transformarse
porque para ser cobarde también hace falta valor. Y en un acto de constricción
innecesario (es cierto) pero imperioso (innegablemente) me acerco libremente al
cadalso con la intención de pronunciarme cobarde.
Cobarde por huir de la melancolía
y del futuro incierto. Y cobarde por dejarme llevar sin luchar contra el mundo.
Y adaptado seguiré en mi
trinchera, con mis armas a punto, mis cicatrices y mi luchas.
Adaptado, sí. Conforme no.
1 comentario:
Como me gusta leerte misielo!
y ahora filósofo...
;)
Creo que adaptarse es importante en muchos momentos, pero hay que luchar cuando toca, no conformarse con una vida que no deseamos...
Estar melancólico una semana es hasta sano, pero dos ya no!
Así que pelea por lo que quieres, y cuando necesites un descanso pásate por mi trinchera a tomar una cervecita y arreglamos el mundo jajajaja
Publicar un comentario