Supongamos que un día las cosas no son lo que eran. Y me
refiero a lo que conocemos como nuestra vida y la de los demás. De pronto nadie
es quien era y nadie, incluido tu, es quien pensaba que era. No trabajas en el
mismo sitio, no tienes los mismos amigos, parejas o familiares. Dejas de
llamarte por el nombre al que te habías acostumbrado, tu casa ya no es tu casa
y las calles y los destinos son completamente distintos y nos vemos obligados a
improvisar.
Ante este supuesto en mi cabeza caben dos posibilidades
(entre miles). Una es la de “me he vuelto loco ¿qué está pasando? no entiendo
nada por favor que alguien me lo explique”. Y la segunda es que nadie es
consciente del cambio y todos seguimos haciendo como si nada hubiera pasado. Esta
última, además, se acerca peligrosamente a la realidad y hace cuestionarme la
rapidez con la que se desarrollan ciertos acontecimientos, porque , queramos o
no, nuestra vida cambia a diario y estamos obligados a improvisar; unos mejor
que otros, eso si.
Y de pronto llega ese día en el que descubres que no eres
quien crees ser. Que
‘improvisando’ la vida te ha llevado por lugares aún desconocidos o que
tú no has sabido coger el camino correcto porque debías hacer otra cosa. Y
entonces te das cuenta de que llevas dos vidas o más.
La última canción del musical Chicago comienza diciendo: ‘Te
puede gustar la vida que llevas. Puedes vivir la vida que te gusta’. No me
refiero a llevar dos vidas si no a tener vidas paralelas: la vida que tienes y
la que te gustaría tener. Nunca es tarde – dicen todos aquellos que en algún
momento deciden hacer el cambio y descubren que son inmensamente más felices
que antes ¿Cuestión de tiempo? ¿Determinación? ¿Habilidad? Y si descubrimos el
por qué ¿cuánto tiempo tardamos en pasar de la determinación de cambiar a la
habilidad de llevarlo a cabo?
Gracias a mi trabajo conozco a personas cada día. Cada día
nuevas vidas, nuevas historias. Algunas de esas personas se hacen habituales y
profundizando descubro tres grupos de personas. Uno es el de personas que hacen
lo que quieren, otro el de personas que se han sabido adaptar y un tercero lleno de infelices (con todo
el cariño).
Las profesiones de los clientes que forman el grupo uno son
dispares: creadores de aplicaciones web o de teléfono, periodistas, cocineras,
actores, bailarines, físicos, profesores de arquitectura, arquitectos,
abogados, un juez, guionistas, diseñadores de ropa, escritores, músicos, fontaneros,
presidentes de ong, cirujanos, carpinteros,
maquilladores, peluqueros… La mayoría de ellos autónomos o free lance y todos
ellos, aparentemente, muy felices. Suelen ser personas calificadas por el resto
como raros, bordes o poco sociables; curioso ya que con todos ellos tengo una
relación bastante alejada de estos adjetivos y suelen ser personas muy
tranquilas, independientemente de su personalidad. Todos vienen solos, salvo
algún día. Algunos trabajan en sus ordenadores, otras escriben, o leen algún
libro o la prensa. A todos ellos les encanta que los salude por su nombre, que
me intereses por sus vidas y, aunque desean quedarse en su mundo unas horas,
deseosos de entablar conversación siempre que les sea enriquecedora.
El segundo grupo está repleto de personas con maravillosas
conversaciones, con historias que compartir y agradecidos de que les recibas.
Sus profesiones igual de variadas que en el primer grupo pero con algún
resquemor sobre su vida. Les gusta hablar de qué quieren hacer o de lo que
harían para salir de la rutina.
El tercer grupo son personas del primer y segundo grupo que
por circunstancias tienen que vivir su vida de forma incómoda ya que tuvieron
que dejar lo que hacían, no son capaces de cambiar o no se han dado cuenta de
lo equivocados que están.
¿Tan sólo tres? – me pregunto a menudo, intentando dilucidar
cuántas exactamente son las oportunidades que tenemos para dejar de correr a
dos bandas y vivir la vida que nos gusta. ¿Cuál es la diferencia que hace a
unos más intrépidos que otros?
Determinación y habilidad. (D y H)
El viernes 28 de febrero, en la contraportada de La Vanguardia,
Lluis Soldevilla dice: (textualmente) “Hay
una frase que no soporto: Ya veremos qué pasa… ¿cómo dices? ¡Haz tu que pase!
Si no actúas ¿por qué tiene que pasarte algo bueno? Haz cosas, ¡pasan cosas!”.
Actitud y acción. (A+a)
Retomo el pensamiento de que somos el reflejo de lo que los
demás creen que somos. Que nos dejamos influenciar por las comparaciones y
caminamos a trompicones entre nuestra realidad y ese reflejo. Y sigo tratando
de averiguar si todos, o sólo unos cuantos, conseguimos averiguar quienes somos
para saber qué queremos.
Entre tanto, y cómo ejercicio lúdico-recreativo, propongo un
análisis personal completo, dividiendo en tres grupos las expectativas de vida,
los deseos sobre ella y las ganas que tenemos de llevarlos a cabo. Podemos,
incluso, crear una fórmula que nos ayude:
D+H= A
(+a)
Y, si después de
este análisis sabemos en cual de los tres grupos debemos ubicarnos, dar por
concluida la búsqueda y decidir, de una vez por todas, vivir sin tener que
pensar en ello.
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